Cuando Albert y yo nos propusimos llevar a Ares de Luna de Miel, mucha gente nos dijo que no la disfrutaríamos como tal. A nosotros, sin embargo, se nos hacía una tortura pensar hacer un viaje tan lejos y estar tantos días seguidos sin verle (desde que ha nacido, aún no ha estado más de 2 días seguidos sin nosotros) así que no lo pensamos dos veces.

Yo he sido muy viajera y espero seguir siéndolo. Viajar es para mí la puerta a un mundo de conocimiento. Cada experiencia, cada aventura y cada destino me han ofrecido historias que nunca podré olvidar y aunque ahora se me hace más complicado por mi situación personal, espero seguir haciéndolo acompañada de mi familia durante muchos años más.

Lo primero fue decidir la duración y el destino. Pensamos que viajando con el bebé, 2 semanas podrían ser suficientes. No queríamos arriesgar por ser la primera vez y quisimos ser prudentes. Y el destino, tenía que tener las siguientes premisas:

– Un máximo de 12 horas de vuelo (contando escalas)
– Clima cálido
– Sin necesidad de poner vacunas obligatorias
– Un territorio políticamente pacífico y sin conflictos sociales relevantes
– Un país lo suficientemente pequeño y poco explotado turísticamente hablando como para visitar de una sola tajada en un tiempo aproximado de una semana pero exótico y culturalmente muy diferente a nuestro entorno para poder desconectar de nuestras raíces.
– Aunque no era imprescindible, (y esto fue más cosa mía) quería acabar en un lugar paradisíaco, de arena blanca, playas turquesas y cocoteros. Pasé mucho estrés durante los preparativos de la boda y ese era mi «caprichito». ¡Me lo merecía!

Y así fue como decidimos por unanimidad hacer un combinado entre Sri Lanka y Maldivas.

Nuestra mayor preocupación en todo momento fueron única y exclusivamente dos asuntos que no podía quitarme de la cabeza:
1. Avión: cogimos 2 aviones de 6 y 5 horas respectivamente. Y como bien sabéis, Ares es un niño que no duerme con facilidad y ni mucho menos del tirón, etc.
2. Enfermedades: no sólo poder coger algún virus transmitido por algún mosquito incómodo, sino un simple resfriado, que pudiera complicarse en bronquitis, o alguna caída tonta que le provocara herida abierta…

Y así, sin pensarlo mucho más, preparamos nuestros bártulos y nos fuimos de vacaciones.
Tuvimos mucha suerte porque aunque el vuelo fue duro, conseguimos que las horas pasaran más rápido de lo que hubiera podido imaginarme y que durmiera durante aproximadamente la mitad del trayecto.
Y el resto del viaje fue coser y cantar.
Ahora ya estamos preparados para un próximo destino. ¡Nada nos detendrá!

¿Cuál es el viaje más difícil que habéis hecho con vuestros peques?