Como sabéis, hemos estado unos días de vacaciones que poco a poco iré compartiendo por aquí. Hoy no tenía que escribir este post, pero lo hago porque siento la necesidad de hacerlo y espero poder concienciar a otras mamás de la importancia de mantener unas condiciones de máxima seguridad para nuestros bebés, especialmente cuando vamos a la playa o a la piscina o cuando estamos rodeados de mucha gente y pensamos que nuestros hijos «seguramente» están perfectamente vigilados por algún adulto.

Quería mostraros por las redes sociales una foto bonita del lugar que nos descubrió mi prima Sara. Las Playas de Zaragoza, ¿pero hay playas en Zaragoza? Pues sí, algo parecido. Nos costó la vida llegar porque no se nos ocurrió otra cosa que ir por la tarde, a las 16h en plena solana de 40º en uno de los días más calurosos del verano. Yo llegué extasiada e incluso agobiada, pero una vez alquilamos una jaima y nos instalamos con mojito en mano pensé que iba a ser una gran tarde.

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Mientras todos se bañaban yo aproveché para darle la merienda a Goran quien justo se había despertado de la siesta. Precisamente le estaba diciendo a mi prima que se diera tranquila un segundo baño hasta que yo acabara de leer unos correos en el móvil y que luego me bañaría yo. No había pasado ni una hora cuando de repente empecé a escuchar unos gritos. Al alzar la vista, vi que era mi prima la que estaba gritando pidiendo la ayuda del socorrista, que en ese momento, no estaba en su sitio. Fue entonces cuando vi la cara de mi prima desencajada y sollozando y me dio un vuelco el corazón pensando que nuestros peques estaban en peligro. Me levanté corriendo de la hamaca con Goran en brazos y vi que Albert llevaba una niña pequeñita en brazos y la dejaba muy suavemente en una hamaca recostada de lado. Albert tenía vómitos y heces de la niña por todo su cuerpo.

Entonces me di cuenta de la gravedad del asunto y por qué mi prima estaba desesperada. Yo me puse muy nerviosa, me entraron muchas ganas de gritar, de llorar… un sentimiento de frustración muy grande me invadió, de ver que no sabía qué hacer y sólo pude ver a una niña inerte, de menos de 3 años, con la cabecita totalmente azulada. No puedo borrarme esa imagen de la cabeza.

Entonces todo el mundo se alertó y se movilizó y apareció la madre de la niña, que al darse cuenta que era su propia hija la que estaba sin respiración, sufrió un fuerte ataque de ansiedad que la dejó en el suelo totalmente inmovilizada. No voy a entrar en más detalle pero a partir de aquí se vivieron los momentos más angustiosos que he vivido nunca.

Pero la suerte quiso que estuviéramos allí en ese preciso instante. La suerte quiso que fuera Albert quien la viera en el preciso instante en el que esa niña perdió el conocimiento. La suerte quiso que hubiera un médico entre todas aquellas personas que pudiera reanimar su corazoncito y hacerla respirar de nuevo. La suerte quiso que esa niña no se fuera ayer mientras celebraba el cumpleaños de su hermana mayor.

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A mí se me siguen poniendo los pelos de punta al recordarlo y no puedo dejar de pensar en cómo te puede cambiar la vida en un instante. Ayer podía haber sido el día más difícil de muchas de las personas que estábamos allí, no sólo de sus padres, sino del socorrista, de los asistentes, de todo el mundo que de alguna manera nos hubiéramos responsabilizado de aquel despiste fatal.

La pequeña Maya está bien. Seguramente nunca recordará lo que vivió ayer. Albert, mi prima y yo sin embargo, no hemos pegado ojo en toda la noche, e imagino que muchos de los que estábamos allí tampoco. Ayer un ángel de la guarda nos visitó a todos y nos dio una lección de vida. Y sí, le regaló una nueva vida a esa niña que no se merecía ir tan pronto.