La cesárea, la temida cesárea. Esa gran desconocida para una madre primeriza y aprensiva como yo.
Aún recuerdo el sudor frío que me entró cuando el médico me confirmó que no había alternativa posible y que la cesárea era inminente.

Todas las clases de pre parto a las que había acudido, todas las revistas, todos los libros, todas las conversaciones sobre la magia del momento del parto se desvanecieron. Desde ese momento fui consciente de que nunca sabría lo que es dar a luz a un bebé: ni contracciones de parto, ni romper aguas, ni pelotas inflables para ayudar con la dilatación.

Pero de repente y gracias a que el médico me dio unos días para hacerme a la idea, empecé a tomarme las cosas con más calma. Empecé a buscar todas las ventajas de tener una intervención tan programada: pude hacerme la manicura y la pedicura (aunque sin esmaltar), pude ir a la peluquería, hacer compritas de última hora. Pude dedicarme una cena de lujo con el papá de la criatura y pasar unos momentos inolvidables junto a él que difícilmente podremos olvidar. Pudimos desayunar juntos y hablar tranquilamente de cómo íbamos a afrontar ese cambio tan inmediato pero esperado en nuestras vidas…

Me dí mi tiempo para llorar, llorar todo lo que pude. Demasiada tensión contenida, demasiadas sensaciones que tenían que salir y que, gracias a mi pareja, pude sobrellevar como buenamente pude.

Y llegamos al hospital.

cesáreaY me pusieron la anestesia epidural (¡qué gran invento de la Humanidad!).
Entre bromas y risas pícaras para intentar calmarme, yo no podía hacer otra cosa que llorar.
Aquí, aprovecho para mostrar mi agradecimiento al equipo médico y a mi ginecólogo, que estuvieron pendientes de mí en todo momento.
La intervención fue todo un éxito y mucho más rápido de lo que yo me imaginaba (creo que no estuve ni 45 minutos en el quirófano).

cesárea2Y lloré hasta que pude ver al pequeño. Y cuando lo vi, mis sollozos eran tan intensos que no recordaba haber llorado tan intensamente en años.

Mi novio también lloraba y recuerdo cómo me decía que era precioso y que tenía los labios como su madre. Fue un regalo poder tenerlo a mi lado… Aquí os muestro una imagen del momento en cuestión, que no tiene desperdicio.