Mi niño se hace mayor. Camino de los 21 meses ya va forjando su personalidad.
Es un niño muy alegre y muy activo. Su padre y yo estamos de acuerdo en que ha sacado lo mejor y lo peor de nuestros genes.
Sin embargo, desde que supe que iba a tener un hijo, asumí cosas que nunca debí hacer y ahora estoy pagando las consecuencias. Me explico:

Me dijeron que las rabietas empezaban a los 2 años. Sin embargo, nosotros llevamos muuuucho tiempo lidiando con ellas. Y cuando digo rabietas, me refiero a rabietas en toda regla, de las de pataleta en el suelo. Me cogió desprevenida.

También me dijeron que los «niños quieren más a sus madres» y les muestran mucho cariño, sin embargo Ares sólo me abraza cuando está enfermo y nunca más de 30 segundos seguidos. Cuando le pido un beso, me ofrece su frente o hasta me regala algún cabezazo. Ahora bien, cuando le pido que le dé un beso a alguno de su amiguitos o a uno de sus juguetes, alarga los labios de forma que el resto del cuerpo le sigue como si estuviera autopropulsado.

Hasta ahora cualquier niño me daba la mano sin problemas, pero nadie me explicó que mi hijo NO LO HARÍA y que pasear con él durante un trayecto de 100 metros se convertiría en una aventura interminable. Sube todos los peldaños, escalones, bordillos y elevaciones varias que se encuentre por el camino. Si le pido que no entre en una tienda, entonces entra. Si le pido que no suba una escalera, entonces sube. La mayoría de veces me ignora o me mira, se ríe, y me ignora (en este orden).

Deseaba que fuera un niño comunicativo pero nadie me dijo que empezaría a hablar tan pronto y que lo haría tanto o más que yo misma. Habla por los codos. Mucho. No calla. A veces no le entendemos y me siento frustrada pero intento sacarle hierro cambiándole de tema y disimulo haciendo ver que le entiendo perfectamente.

Nadie me contó que los bebés también utilizan sus armas y ponen en práctica la inteligencia emocional a niveles profesionales. Le encanta hacer el payaso y hacer muecas raras pero muy especialmente cuando le regaño y le pongo cara de pocos amigos. Nos hace reír. Mucho. Y a veces me cuesta aguantarme la risa en momentos críticos.

Me encanta ver cómo adquiere su propia personalidad, pero cuando dice que «no, no, no», a la vez que mueve la cabeza y reafirma con su dedito índice, es cuando empiezo a resoplar y a perder mi paciencia. Hemos dedicado cerca de 3 meses a que aprenda a decir «sí», pero sus «no» son siempre mucho más rotundos.

Yo pensaba que los niños obedecían en menor o mayor medida a sus padres. Pero esto no es así. Hemos probado a:

  1. Explicarle las cosas
  2. Lanzarle un «no» tan rotundo como el suyo

Pero nada funciona.

Cuando le gusta un objeto lo coge sin más, no importa que sea algo sucio, peligroso o delicado y su mayor propósito será lanzarlo al suelo con todas sus fuerzas y observarlo a ver qué pasa. Si no pasa nada, lo repetirá sin límite.

Ares20

Cuando su padre y yo tenemos una conversación de esas interesantes, no dejará de llamarnos «mama» y «papa» hasta que le contestemos y si no lo hacemos gritará hasta que nuestros tímpanos queden totalmente insonorizados. Evidentemente cuando le prestemos atención, él se callará. Porque sí, él siempre quiere ser el centro de atención.
Se aprenderá tu nombre con rapidez para luego repetirlo hasta la saciedad si no le haces caso cuando él lo demanda (a su profesora de guardería la tiene frita).

Y así, sin darnos cuenta, es como Ares está dejando de ser un bebé para convertirse en una personita que entiende y se comunica como mejor puede. Y lo que es más sorprendente, yo me veo haciendo cosas como madre que siempre dije que yo no haría. Pero la culpa no es mía, sino de toda esa gente que se olvidó de contarme tantas cosas…